Rodrigo Fresán contaba que John Cheever proponía un ejercicio en sus talleres de escritura: el intentar redactar una carta de amor en medio de una habitación en llamas.

Allende lo hizo.
Su discurso final es una carta de amor escrita en una habitación en llamas.
En un palacio en llamas.
En un país en llamas.

Álvaro Bisama sobre Salvador Allende.

Repost: Usos y Desusos

La palabra como arma de guerrilla,
                           como impulso primordial del cambio fundacional.
La palabra como bomba de racimo que cae entre las tropas y despierta sus cabezas.

Como golpe más que como advertencia.
                                                   Como tortura más que redención.

La palabra como una polea, que levante el peso de los poderosos
                            y los deje caer donde más les duela.
Como una honda que me haga más David y menos Goliat.
     Como una porra que quiebra piernas y rompe ilusiones.

Como si fuera un desenlace,
                                como si fuera un alumbramiento.

Como una primigenia llama de comunicación,
                   y, a la vez,
            como una estocada asesina de falsas intenciones.
La palabra como una efímera pero definitiva victoria intelectual.
                         O como un error que podría romperte el corazón.
 Como una caricia que enamora hasta al más materialista.
Como un casquete que incluso después de utilizado, se puede volver a disparar.

La palabra como fuego.
                Como verbo y no como simple sustantivo.
                                                     Como acción que merece reacción
                                      La palabra en Claroscuros.
                La palabra Agridulce.

Como si fuera a nacer pero quisiera matar.

Así como, incluso sin proponérmelo,
                    aspiro utilizarla.