El Lobo [Estepario]

[Microcuento]

-¿Porque haces esto? - gruñó el lobo a mi lado, dando dos zancadas cortas. Su mirada perspicaz taladraba en mi cabeza y no me permitía pensar con claridad. A él nada podía ocultarle, ambos lo sabíamos muy bien. Todos mis intentos de disimulo eran inútiles.

-¿Hacer qué? - grité yo, al aire, con los puños apretados, sabiendo que una rápida respuesta ya venía en camino.

-No eres estúpido, simio, sabes a lo que me refiero. ¿Porque te sacrificas? Sabes perfectamente, como yo, que no vale la pena, no volverá.

-No sabes nada. Nada de mi. Nada de... ella- le solté con recelo tras mi mejor cara de mentiroso. No había forma de luchar contra él, era algo obvio. Dirigí mi vista nublada hacía el extremo de la luz y me adentré en la oscuridad reinante, sintiéndome flaquear en cada paso.

Un aullido, y el lobo estaba ante mí, enseñándome los dientes. Un escalofrío recorrió mi espalda.

-¿No creerás que tienes alguna oportunidad, no?

Evité su mirada en un claro signo de culpa.

-Piénsalo, simio. Te esta ocupando para limpiar sus propios problemas. Sus problemas con... él. No necesitas que te hable de él.

Lo miré con odio. No podía dejar que me convenciera.

-Ella es mucho más noble que eso. No entenderías.

-Oh, por supuesto que es más noble. Están noble que no te dirigió la palabra durante meses. Es tan noble que pasó por alto "vuestra" fecha.

La ponzoña de su lógica me corrompía el alma por dentro. Pero aún así, la lógica era innegable. Debía escapar de ahí pronto. Apuré el paso.

-Es tan noble tu doncella que hace una semana te llamo entre lágrimas, por la única razón de que no tenía ningún imbécil que escuchara sus penas. - me gruñó, y sus palabras me persiguieron implacablemente.

Pasé a su lado sin mirar. Un intento de contraatacar, pero las silabas se atropellaron en mi garganta.

-Claro, ella no haría eso, ella aún te recuerda. Todos los días. Tal como te recordó en el juicio. Tal como te recordó el día de su boda.

Se me apretó el estomago, las rodillas flaquearon. Tenía que salir de ahí... ¿Donde estaba la maldita salida?

-Estúpido, no eres más que su pañuelo de lágrimas. Acepta la realidad. Acéptate, perdedor.

Puse una rodilla en el suelo, extrañamente exhausto. La angustia era tal que me quitaba el aire, me cerraba los pulmones. No podía pensar con claridad.

-Déjame tomar el control y ya no será un problema. Te aseguro que después de mí, nunca más te usará.

-No...- alcancé a esbozar en el aire, sintiéndome cada vez más débil. La salida... no podía quedar muy lejos. Tan solo unos pasos más allá. Apoyé mis manos en el frío suelo, rogando avanzar.

-Déjame tomar el control.

Sentí su aliento cálido en la nuca. Su tono embustero en cerca de mis oídos. Un aullido...

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Desperté sobresaltado, sudando. El teléfono gritaba en la mesita de noche. Solo podía ser una persona. No necesité ni dos segundos. Era tan obvio. Estaba llorando. Probablemente se habían peleado de nuevo. Quería que nos reuniéramos donde siempre, mañana.

No le pude decir que no.

Tal vez el lobo tenía razón...