Sin título 28.09.10
Tal y como dice el refrán.
Nunca te irás a la cama sin saber algo nuevo:
Hoy aprendí que para encontrar algo, hay que dejar de buscarlo...
Tal y como dice el refrán.
Nunca te irás a la cama sin saber algo nuevo:
Hoy aprendí que para encontrar algo, hay que dejar de buscarlo...
Esa necesidad inaguantable de escribir incluso en el peor momento, en el de más apuro, en el de menos tiempo. De gritarle al mundo que eres el peor y que lo pasas peor, de decir lo que nadie ha dicho y nadie dirá porque te pasa sólo a ti, y, poniéndonos serios, sólo pasa en tu cabeza. De mandar al resto de los millones de seres que se hacen llamar humanos un ratito a la mierda porque no te llegan a los talones cuando estás arriba de la montaña de tu ego. Porque son invisibles en su uniformidad, cada uno más parecido al anterior. Porque no importan, y porque los que importan no están contigo. Porque los que importan, ahora mirándolos a la distancia, nunca importaron, y las razones que los hacían importantes no eran más que ideas que el chocolate puso en tu cabeza.
La necesidad de botar lo que tengo adentro, que crece cada día y me rebalsa hasta hacerme escribir. De poner en palabras lo que hace sinapsis en esta cabeza loca que no quiere entender que no ha nacido para esto, ni para lo otro, ni para lo anterior. Que está solo y que está hecho para estar solo, que ya somos muchos y la reproducción de la especie no cabe en este cuento. Poner en palabras la rabia que corre por este cuerpo de una forma en la que suene bonito y se lea correctamente. La rabia que me despierta cada mañana odiando a mis congéneres, a la historia, a los errores que repetimos estúpidamente generación tras generación, mientras seguimos sin comprender que el plural importa más que el singular. La Rabia contra la que me ha dejado aquí, obligándome a dormir con mi soledad. La rabia contra mí, que no puedo dejarla ir. Ni a ella, ni a la soledad.
Esa necesidad que te viene en cualquier momento, estés duchándote o teniendo sexo desenfrenado. O ambos incluso. Ese necesidad de dejar algo tras de ti, algo que perdure. Porque tan solo la muerte la tengo asegurada, y no quiero que me olviden, aunque sé que no me recordaran. La necesidad de crear algo que dure para siempre ya que yo no lo haré, ni mis hermanos tampoco, dicho sea de paso. De que mi cara esté estampada en remeras de chicos que no tienen idea que es lo que en verdad pensaba cuando escribía sobre esta necesidad. La trascendencia fundamental, que por supuesto no llegará, pero en la que debo confiar para que este diario vivir de pequeñas calamidades valga la pena. Para pasar por alto el daño estructural con el que nací, y que el cataclismo personal de hace algunos meses solo dejó al descubierto.
La necesidad de ser alguien. De apartarme de la tribu. De superar “la melancolía de vivir en este mundo y de morir sin una estúpida razón”.
La necesidad de vomitar las ideas como si estuviera ebrio, porque en efecto estas ideas embriagan, y me requiero consciente para mirarle la cara a mi madre y decirle lo que quiero de verdad. Decirle que en noches como esta la necesidad es abrumante. Mirarla a los ojos y confesarle que, antes del alba, todo lo que quiero es escribir.
Decidido a pasar página relajé mi conciencia,
sequé las lágrimas vertidas por la providencia,
rapeando y retratando la existencia
como única estrategia para olvidar mis carencias.
Y alcancé la paz, con la soledad de aliada,
porque antes que sentir dolor mejor no sentir nada,
hasta que un hada apareció de repente en mi mente,
iluminando un corazón inerte.
Me habló y me dijo, que él nunca se va para siempre,
que el amor camina libre como el alma de la gente,
que no entiende de añoranzas ni lamentos,
que solo vuelve cuando siente que llego el momento.
Ahora sé que el amor fuera de nosotros solo es viento,
necesita de un cuerpo donde hallar cobijo y tiempo
para madurar, mientras nos murmura
voces de luz pura, infinita, que invitan a levitar.
Pero es caprichoso y marcha en busca de aventura,
dejando el alma desnuda en manos de la Locura.
No deberías agradecer ni el tiempo ni las fechas.
Pues el tiempo es relativo y, por supuesto, recuerdo las fechas.
Lo único que tengo son las fechas.
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